Si hay una prueba que representa el sacrificio del deporte esa es la maratón. Correrla es en sí una proeza, y ganar un oro olímpico algo destinado sólo a un puñado de elegidos.
Dorando Pietri trabajaba como ayudante en una fábrica de confección en Carpi, Italia, cuando en Septiembre de 1904 participó en una carrera celebrada en su ciudad en la que también corría Pericle Pagliani, el atleta italiano más famoso del momento. Pietri, vestido con su uniforme de trabajo, ganó la carrera.
Pero fue en la maratón de los Juegos de Londres, en 1908, donde Dorando Pietri ofreció al mundo uno de los momentos más heroicos y dramáticos de la historia del deporte. La carrera, en la que participaban 56 corredores, comenzó a las 14:33 bajo un calor abrasador. En el kilómetro 32 el italiano ya estaba en segunda posición y en el 39 dio caza al sudafricano Hefferson. A partir de ese momento Pietri empezó a acusar el terrible esfuerzo. Cuando llegó al estadio White City, ante 75.000 espectadores, la fatiga extrema y la deshidratación se apoderaban del atleta que, desorientado, aunque aun liderando la carrera, tomó el sentido equivocado de la pista, debiendo ser redirigido por los jueces de la competición. Pietri empleó 10 minutos en recorrer los últimos 350 metros, cayó al suelo y fue levantado por los jueces hasta en 5 ocasiones, y finalmente traspasó la línea de meta como primer clasificado.
Desgraciadamente, el segundo clasificado, el estadounidense Johnny Hayes, presentó una reclamación por la ayuda que había recibido Pietri, y éste fue descalificado.
A pesar de todo el corredor italiano recibió una copa de plata de manos de la Reina Alejandra, y se convirtió en una celebridad internacional.
Su nombre quedó grabado con letras de oro en la historia olímpica, y su esfuerzo y sacrificio encogieron el corazón de los 75.000 espectadores del White City y de los que alguna vez hemos escuchado su historia.
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